Mientras observo los universales cielos y me maravillo de Su trabajo, me pregunto cuan a menudo estas incontables estrellas me mueven para buscar al Rey que ellas proclaman.
Desde el campo del Pastor veo la ciudad donde El nació y profundamente me pregunto el por qué tan vacilantemente me muevo hacia Sus promesas de nacer a una nueva vida.
Pienso sobre la gruta donde Su cabecita descansaba en los amorosos brazos de su madre, y me pregunto si yo también he dicho, conmigo no hay lugar donde usted pueda quedarse.
Pensé sobre la ciudad en el monte donde su luz no se podía ocultar y me pregunto porque la luz de mi velita tan a menudo no se puede ver.
Con mi ojo espiritual vuelvo a visitar el Mar de Galilea y una vez más mi corazón se agranda por el Espíritu, y me pregunto por qué deambulo alegremente sin el Espíritu por tantos dias.
Piense sobre el estar sentando en la colina, y me imagine escuchando el Sermón como El entonces lo enseno, y me pregunte acerca de los pasos elusivos de la perfección.
Si lo hubiera escuchado hablar en sus desconcertantes parábolas hubiera sido uno que aun teniendo ojos no podía ver, y aun teniendo oídos no podía oír.
Medite a las orillas del rio Jordán acerca de sus maravillosas aguas limpiadoras y me pregunte acerca de cuando voy a dejar finalmente que El renueve mi alma completamente.
Una vez más en mi mente miro hacia el pozo en el monte de Samaria, y me pregunto si alguna vez podre beber lo suficiente de Su copa de aguas vivas para que así ya nunca más tenga sed.
Pienso en Sus manos sanadoras curando la temida lepra, y levantando a la hija de Jairo, y me pregunto cuando dejare que Su toque sanador cure mi alma enferma.
Pienso sobre la escena de los diez leprosos y me pregunto si yo estoy entre lo nueve quienes, aunque obediente a Sus palabras, no regresaron para darle gracias.
Mientras mi mente se abre a la majestuosidad del monte de la Transfiguración, me pregunto si veo Su rostro como el de un profeta, maestro o Hijo de Dios.
Leo y recuerdo lo que El enseno sobre el meditar y orar, y me pregunto si mis propios pobres ruegos santifican el nombre de Su Padre.
Mientras hago una pausa a las ocupaciones de la semana en Su dia y pienso en todo lo que Él ha hecho, me pregunto, mientras le adoro, si una debida reverencia ha sido dada.
Mientras pienso sobre el árido camino donde el hombre que fue robado sangraba, me pregunto qué clase de vecino hubiese sido ese preciso dia.
Los fértiles valles de Jericó llenan mis pensamientos, y me pregunto si mi reconocimiento de la plenitud de la vida ha sido lo suficiente para hacerle saber de mi gratitud.
Mientras cenaba en Betania me imaginaba siendo acompañado por el Invitado Eterno, y me preguntaba por qué tan a menudo ceno sin sentir Su presencia.
Desde el Monte de los Olivos nuevamente veo la gloriosa ciudad en el Monte de Sion, y me pregunto cuan a menudo fallo al no ver las maravillas en todas Sus bellas creaciones.
Me imagino caminando a través de la ancha puerta de Jerusalén donde todos entran fácilmente, y me pregunto si mis riquezas no me permitirán entrar por la puerta del ojo de la aguja.
Sobre el Monte del Templo lo veo a El ensenando, y me pregunto si en uno de esos dias cuando El hablo, hubiera sido uno que se burló o uno que aplaudió.
Mientras pienso sobre el condenador rechazo de los líderes que buscaban alabanza, me pregunto si mis clamores contra los que niegan la paz y la libertad han llegado a ser como uno que clama en el desierto.
Pienso sobre los muchos que triunfantemente le apoyaron y le invitaron a entrar a la ciudad, y me pregunto si mi mano ese dia hubiera llevado una palma o una piedra.
Pienso sobre la ausencia del espléndido palacio de Herodes, y me pregunto si mi propio orgulloso corazón puesto en aquello que pronto no existirá, ha causado que yo también lo juzgue a El mal.
Medito mientras camino por los pasos donde El cargo la cruz, y me pregunto si tengo la fuerza para cargar mi parte del yugo que Él me ha dado.
Me imagino sentado en ese jardín de olivos sagrado contemplando el suelo manchado por Su sangre, y me pregunto cuántas gotas mías esconde la tierra.
Mi ojo espiritual se fija en el Calvario sin cruz y las lágrimas rebosan mis parpados mientras me pregunto si mis escasos pasos hacia el arrepentimiento me llevan a ser digno de Su infinito sacrificio.
Pienso sobre el camino a Emaús y veo un hombre de carne y huesos, y me pregunto si entonces yo hubiera reconocido la resurrección del Salvador, y si lo hago ahora?
Escrituras: Mateo 1-28