domingo, 16 de octubre de 2011

LA PLAZA

Mientras Pierre miraba sentado la fuente del centro de la Plaza, un extraño pensamiento le vino a la mente. Un breve brillo provenía de sus ojos mientras se preguntaba cuántos pares de zapatos habían caminado por los ladrillos alrededor y a través de la Plaza, cuántos pares de pantalones habían desgastado el lugar de su banco favorito al lado oeste de la fuente, cuantos saludos se habían intercambiado en los últimos años?

Su nombre no era en realidad Pierre y los años habían escondido la razón por la cual todos en el pueblo siempre le habían llamado por este extraño nombre de un país del que sólo había visto fotos, pero que nunca había visitado. En la borrosa acta de nacimiento su nombre fue registrado como Carlos Antonio González Riviera, pero la única vez que el vio ese nombre fue cuando llevo su cheque de su pensión al banco. Siempre había sido y hasta el día de hoy, Pierre.

Los bancos en los que su padre y su abuelo se habían sentado en la Plaza, habían sido reemplazados hace unos años con estos objetos de cemento frío, que no eran en lo absoluto una experiencia agradable. Modernos puede que sean, pero cómodos no lo eran.

Sentado en la plaza, mientras el resplandor del día comenzaba a ponerse en la tarde, Pierre miró a su alrededor. Era como si estuviera viendo toda su vida desfilando ante él mientras sus amigos y familiares conversaban. Al lado del roble habían niños corriendo mientras eran observados cercanamente por madres atentas. Por un momento tuvo la visión de su hermosa madre agarrando su mano mientras el trataba de liberarse, queriendo tanto estar con su hermano mayor, mientras subía este mismo roble que en aquella época no era tan espectacular. Su madre siempre lo llamó Carlos, excepto en aquellas ocasiones en que estaba decepcionada con sus decisiones y entonces siempre le decía Carlos Antonio! Al recordar le parecía que había sido un tiempo lleno de 'no lo hagas' y 'algún día'.

Debido a que el trabajo en el campo era más importante que sentarse en el pequeño salón de clases de la escuela, Pierre había asistido tan sólo cuatro años. De pronto recordó que el maestro del pueblo lo había llamado Carlos el primer día de clases y cuando vio el alboroto de los otros niños, siempre fue llamado Pierre a partir de ese día. Durante esos años pasaba por la Plaza cada mañana y cada tarde, pero los edificios que la rodeaban eran mucho más atractivos para él que cualquier cosa que la propia Plaza tenía para ofrecer. El lunes por la mañana entraba a la Iglesia para pedir ayuda con sus números y letras. Estaría eternamente agradecido por haber tenido la oportunidad de aprender a leer, Pierre sabía que su vida habría sido menos significativa de no haber incluido las maravillas de los libros. Los viernes, su padre le daba unos centavos para comprar un dulce en la pequeña tienda de la esquina. Anhelaba el día en que podría tener uno de los deliciosos platos cuyas aromas, que era capaz de oler, venían del restaurante al aire libre. Habia una tienda donde su madre había comprado su primer par de zapatos que le torturaban, y su primer par de pantalones que necesitaban un cinturón. Fue un tiempo de "cosas nuevas" y "cosas diferentes".

Fue un momento mágico cuando los caminos de la vida le permitieron participar, en lugar de observar, el paseo alrededor de la Plaza en las tardes. Cuando la primera sonrisa de María le hizo darse la vuelta y caminar a su lado hasta el día en que se unió a los otros ángeles, ella siempre le había llamado Antonio. Pierre podría ser lo que otros le llamaban, pero para ella siempre sería su Antonio. A partir de ese día, hasta que María se puso a su lado ante el Sacerdote, cerca del Altar de la Iglesia y se convirtió en su esposa, habían pasado cada noche caminando por los ladrillos de la plaza y sentándose en los bancos. Fue un momento de "conocer el amor" y "conocer el compañerismo".

Durante los años de la paternidad y de proveer, Pierre rara vez entró en la Plaza, pero por lo general se sentaba afuera del restaurante en la mesa más cercana a la calle, y miraba la continuación del ciclo de la vida ocurriendo en la Plaza. No era sino hasta el sábado por la noche, cuando terminaba su trabajo semanal, cuando podía reunirse con sus amigos y disfrutar de unos placenteros momentos. Parecía que en un abrir y cerrar de sus ojos sus hijos habían pasado por las etapas de la Plaza. María paso de esta vida a los recuerdos antes de que Pierre estuviera listo. Pronto encontró pocas razones para sentarse a la mesa cerca de la calle en frente del restaurante. Fue una época llena de "felicidad" y "tristeza".

Ahora, mientras Pierre se sentaba en el implacable cemento frío, estos días de respirar y pensar parecían una razón suficiente para estar en la Plaza. Pierre ahora iba diariamente, pero el martes en la tarde se había convertido en su tarde favorita. En esa noche los dos jóvenes de camisas blancas, que usaban corbatas, incluso en los días más calurosos, se acercaron y le hablaron de las cosas maravillosas que él sólo habia esperado. Se maravilló cuando le aseguraron de que podría continuar al lado de María y de que su alegría se extendería eternamente. Se quedó asombrado al saber que hubo momentos como en la Plaza antes de su nacimiento mortal, y de que habrían momentos como en la Plaza eternamente. Las revoluciones de la vida siguieron en la plaza, pero los martes, Pierre se concentró en sus conversaciones con el joven de Idaho que hablaba con un acento interesante y el joven de Perú que siempre estaba a su lado. Era una época en que abundaba "la esperanza" "y la paz".

He escrito este pensamiento de esta semana con dos objetivos en mente:

Es su vida, anótelo para que aquellos que le siguen lo sepan!!

Espero que todos podamos ser bendecidos con nuestra Plaza personal, donde podamos sentir y contemplar las restricciones, los descubrimientos, las emociones y
las verdades de la vida.

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