domingo, 18 de mayo de 2014

UN PEZ EN SU PECERA

AL IGUAL que con muchos jóvenes de los Estados Unidos, mi fascinación con los deportes que usaban pelotas formó parte de mi iniciación a la madurez.

No recuerdo personalmente cuándo empezó la época en la que jugaba al roly-poly. Para los que no lo saben, el roly-poly era un juego en el que dos personas sentadas una frente a la otra sobre el piso estiraban sus piernas hasta formar con ellas un rombo, y luego dentro de éste hacían rodar la pelota de un lado al otro. La razón por la que estoy absolutamente seguro de que este juego fue mi primer encuentro con el maravilloso mundo de los deportes que usaban un balón es que sí recuerdo haber jugado al roly-poly con mis no tan jóvenes sobrinos.

También recuerdo que hubo una época, muy temprana en mi vida, en el que el tirar, patear o lanzar una pelota estaba reservado al espacio exterior de la casa. Mi madre, con el fin de asegurarse de que obedeceríamos esta regla, mudó la caja de pelotas a la cochera, de forma permanente.

Cuando nos mudamos a Long Beach, California, mi habilidad de tirar, lanzar o patear una pelota había aumentado a tal grado que en la escuela primaria siempre se me escogía en la primera terna de jugadores. Sé que esta práctica se ha convertido en algo que no es políticamente correcto, pero en esa época éramos solo un puñado de muchachos divirtiéndose, tanto así que la última persona escogida era tan amiga como a la que se escogía primero.

El pasar de los años hizo más evidente el hecho de que el número de mis amigos que habían participado en actividades relacionadas con nuestros años de primaria disminuía, al grado de ser sólo unos cuantos los que seguíamos lanzando, tirando o pateando pelotas al finalizar la secundaria.

Siempre razonaba que su pérdida de interés tenía mucho que ver con el hecho de que el descubrir sus talentos era más importante que otras cosas en la vida, como el ser escogidos de últimos en sus años de primaria. A medida que mi perspicacia deportiva aumentó, me di cuenta rápidamente que si me quedaba en una pequeña pecera aparentemente era el pez más grande, pero tan pronto me aventuraba en cuerpos de agua más grandes, salía a relucir el hecho de que realmente los grandes eran otros peces.

He llegado a creer que los que lanzan, tiran o patean una pelota con habilidad han sido dotados de un alto nivel natural de coordinación de ojo y mano, habiendo, gracias a su ADN, heredado una altura privilegiada, una musculatura particular y una habilidad mayor que el promedio para enfocarse en los detalles con dedicación y determinación. Estos factores, aunados a las muchas horas pasadas en el gimnasio o en el campo de entrenamiento, los llevaron al punto de ser comparativamente unos gigantes en los océanos competitivos del mundo.

Creo que podría realizar un perfil de progreso de todos aquellos que han sobresalido en las artes, las ciencias, los negocios, la política o cualquier otro campo en el que seleccionar al más capaz y al más exitoso pueda ser medido y hallar un proceso de selección similar.

Sin embargo, en el juego de la vida, o sea, al final de éste, el único juego que importa es saber que cada individuo está en una pecera individual, mezclándose misteriosamente con los demás peces, y que no se debe usar a ningún otro para medir el avance o progreso de los demás peces.

Como en todas las cosas en las que el Padre está involucrado, el juicio de nuestro estado probatorio mortal será totalmente perfecto debido al patrón individual que se usará para juzgarnos a cada uno de nosotros. Las variables de nuestros patrones personales son infinitas, pera con seguridad serán incluidas: la época en la que llegamos a la mortalidad, el lugar de nuestro nacimiento, la situación de la familia en ese momento, la cantidad de luz que teníamos a disposición, nuestro progreso en nuestro Primer Estado, las oportunidades educativas que se encontraban a nuestro alcance, la cantidad de tiempo que vivamos, la salud y el bienestar de nuestros cuerpos físicos, nuestros niveles individuales de motivación y capacidad, etc., etc., etc.

Como amorosamente una vez dijo Neal A. Maxwell, “una de las causas más grandes del retraso en nuestro progreso es comparar nuestras cruces”. Después de todo, los “qué pasaría si…” y los si tan solo una vez en la vida…” pueden darnos algo de consuelo cuando comparamos nuestro pequeño territorio con el de nuestros vecinos, pero dichas excusas rara vez nos ayudarán a escalar los peldaños de nuestra escalera de la vida.

Afortunadamente, nuestro Padre Celestial, que nos otorga gran consuelo a nuestras vidas, sólo espera que nosotros progresemos en ella según nuestras circunstancias particulares. Nuestro progreso siempre se medirá por cada movimiento que hagamos cada día, los que nos diferencien de lo que hicimos ayer.

Poco antes de dejar la mortalidad, el Elder Maxwell enseñó: “Ninguno de nosotros dejará está existencia habiendo realizado todo lo que deseaba hacer”. Y yo rápidamente agrego, “o todo lo que se puede hacer”. Cuando dejemos esta vida, a pesar del tamaño de nuestra pecera personal, aún nos faltará recorrer miles de millas antes de siquiera alcanzar esa perfección que el Salvador nos alentó a alcanzar. El tamaño de las peceras o de los peces no tendrá importancia al compararse con las varas de medir del Señor.

Tal como cuando jugaba de niño al roly-poly, comencemos con la búsqueda de lo que es más importante en nuestras vidas al tratar de eliminar lo que nos ocasionaría un daño continuo y sutil.

Llevemos nuestro juego fuera y esforcémonos por eliminar de nuestras vidas el hacer o decir aquellas cosas que causarán dolor y miseria.

Aprendamos por medio de la repetición constante, aquellas habilidades que hagan que el camino de todos los demás sea más fácil ser transitado.

Practiquemos y practiquemos hasta convertirnos en gente buena y honorable.

No hagamos débiles intentos para lograr las características, atributos y perfecciones de Dios.

En el último juego de la vida, nuestro único desafío en la pecera que se nos ha dado es simplemente llegar a ser mejor de lo que fuimos ayer.

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