domingo, 20 de febrero de 2011

LA CARIDA INVITA AL ESPIRITU

La Caridad es sufrida, es benigna; la caridad no tiene envidia; la caridad no se jacta, no se envanece; no se comporta indebidamente, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa el mal; no se regocija en la maldad, sino que se regocija en la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.


La Caridad nunca deja de ser; más las profecías se acabaran, y cesaran las lenguas, y el conocimiento se acabara; porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo que es perfecto, entonces lo que es en parte se acabara. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, deje lo que era niño.

Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. (1 Corintios 13: 4-12)


Siempre me he preguntado lo que podríamos contemplar si fuéramos capaces de tener abierta nuestra visión porque hemos madurado lo suficiente en el desarrollo de la caridad, para ser iluminados con un aumento de entendimiento. Esta iluminación, al parecer, nos permitiría ver más allá de la obscuridad de estas limitaciones mortales que ahora cubren nuestro conocimiento, y reprimen nuestras acciones las cuales podrían ser muy diferentes si fueran fortalecidas por el amor Puro de Cristo.


Solo podemos imaginarnos el mundo que está más allá de esa puerta que está firmemente cerrada por causa de nuestra naturaleza contenciosa, de división y guerra.


Solo podemos imaginarnos las bellas escenas que podríamos contemplar si nuestros ojos no estuvieran más opacados y atenuados por la incesante búsqueda egoísta de cosas.


Solo podemos imaginarnos los sonidos melodiosos que podrían fluir a nuestros oídos si pudiéramos aclarar la estática y la interferencia que son emitidas constantemente desde nuestros múltiples aparatos electrónicos.


Solo podemos imaginarnos la frescura de un mundo que ya no está contaminado y destruido en su intento por saciar nuestros insaciable apetitos y deseos.


Solo podemos imaginarnos un mundo donde nuestras mentes están tan llenas con la verdad que ya no tenemos hambre y sed de ilusorios entendimientos.


Pablo ensena, en su segunda epístola a los Corintios, que además de aumentar el atributo de la caridad en nuestras vidas como una ayuda para ver y entender el mundo más allá del obscurecido espejo, debemos también desarrollar una sensibilidad a los susurros del Espíritu a través de nuestra aceptación de Jesús como el Cristo.


Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios. No que seamos capaces por nosotros mismos para pensar algo de nosotros mismos, sino que nuestra capacidad es de Dios; el que así mismo nos hizo siervos capaces de un nuevo convenio, no de la letra, sino del espíritu, porque la letra mata, pero el espíritu vivifica.

Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se les quitara. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma semejanza, como por el Espíritu del Señor. (2 Corintios 4-6, 16-18)


Solo podemos imaginarnos lo que podríamos contemplar en el espejo mientras llegamos a ser un poco más pacientes, un poco más bondadosos, envidiar un poco menos, un poco menos orgullosos, un poco menos jactanciosos, un poco más refinados, un poco menos egoístas, un poco menos contenciosos, pensar menos en la maldad, y regocijarnos más en la verdad.


Parece que las influencias prometidas del Espíritu empezaran a abrir las puertas atascadas, a desbarnizar los ojos opacados, a aclarar los sonidos, a respirar frescura, e iluminar nuestro entendimiento mientras poco a poco añadimos caridad a nuestras vidas.


Escrituras: 1 Pedro 4:8, Moroni 7: 46-48, 2 Pedro 1: 5-8, 1 Corintios 16: 14


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