domingo, 14 de diciembre de 2014

EL NACIMIENTO DEL NINO CHRISTO

Siempre me he sentido atraído por los suaves sonidos de la música. En mis gustos clásicos prefiero los dulces sonidos de Verdi a la pesadez de Wagner. Zamfir acaricia mi alma con mayor resonancia que Armstrong. Sí, y además puedo decir que me gusta sobremanera la calma del canturreo de Nat King Cole que la mayoría de gritos de los Beatles. Entonces, no debería sorprender a aquellos que comparten mis gustos musicales, y tal vez mi época, que hubo una vez un grupo de cantantes de la Brigham Young que se llamaban The Lettermen, quienes obtuvieron el estatus de “mi favorito” durante la tercera y cuarta década de mi vida.

The Lettermen cantaban un arreglo muy popular de “Yo Creo”, el cual me gustaba porque era muy dulce, y también por el mensaje que tenía. Las palabras de la estrofa nos recordaban que todas las cosas creadas dan testimonio del Creador:

Cada vez que oigo el llanto de un recién nacido
O toco una hoja
O veo el cielo
Entonces sé por qué yo creo…


De igual manera, estoy agradecido porque los símbolos que se encuentran en las historias del nacimiento del niño Cristo sean parte natural de nuestras vidas. Son un recordatorio constante y continuo de que el Salvador del mundo vino a la tierra.

Contrario a que existan diferentes gustos musicales, los eventos del nacimiento del Salvador son eternos y atraviesan culturas de tal manera que aumentan la comprensión de aquellos que ven y oyen.

Aún una mirada casual a las actualizaciones de estado en Facebook debería ser suficiente para recordarnos que la llegada de un recién nacido es un milagro gozoso que se repite una y otra vez, y es algo que, sin ningún esfuerzo, trae a nuestra mente el recuerdo del milagroso nacimiento del niño Cristo.

Así mismo, los medios de comunicación inundan frecuentemente nuestra vista y nuestros oídos con historias de animales que reciben un cuidado amoroso y a los cuales se les satisface las necesidades básicas de la vida, lo cual, si lo queremos, trae a nuestra memoria las circunstancias de esa noche memorable: la noche en la que el Rey de Reyes nació en este mundo rodeado de las más humildes de Sus creaciones.

La mezcla cambiante y maravillosa de nubes, luz y humedad que llenan nuestros días, y las noches en las que la luz de la luna ilumina nuestros párpados adormilados deberían encender en nuestras almas diariamente el recuerdo del Creador que nació en el mundo como el niño Cristo.

Podemos recordarlo en esas raras noches en las que los miopes habitantes de los suburbios escapan de la interferente iluminación artificial de la ciudad y pueden disfrutar de la distribución de las lejanas y brillantes estrellas en los cielos. Con un poco de imaginación podemos unirnos a los cientos de marineros y exploradores que usaron estas estrellas como guías especiales, las cuales los llevaron a los destinos anhelados, al igual que aquellos antiguos Magos que llegaron del este usando como guía una singular estrella que los condujo a Belén.

Los pastores cuidando sus rebaños tuvieron el privilegio de oír y ver a las huestes celestiales proclamando este gran evento único. De igual forma, a medida que avanzamos en nuestras diversas vocaciones, deberíamos comprender que aún en la búsqueda de nuestro propio bienestar temporal podemos estar en armonía con los mensajes espirituales de inspiración y gozo.

Se trajeron obsequios que fueron colocados al lado del pesebre, lo que dio felicidad al dador y al obsequiado. En nuestras vidas abundan las oportunidades en las que podemos fortalecernos y ser recordados por el mismo proceso edificador al convertirnos en dadores generosos o en receptores reverentes.

La Navidad, la cual llega sólo una vez al año, puede convertirse en una frase que da vueltas en nuestra mente, pero nuestro Sabio y Eterno Padre parece haber organizado los eventos del nacimiento de Su Hijo de tal forma que aquellos que buscan diligentemente encontrarán un recordatorio constante de dichos eventos que nos traerá siempre al presente la llegada del niño Cristo.

Cada vez que oigo el llanto de un recién nacido
O toco una hoja
O veo el cielo

Cada vez que veo brillar la primera estrella
O que oigo el balar de un cordero
O me siento inspirado por la revelación

Cada vez que se sopla una vela
O se abren regalos
O veo un nuevo día
Entonces sé por qué yo creo…


Todos los días, de todas las maneras y en todo lugar, puedo recordar una vez más que María en verdad halló gracia, y que el niño Cristo, el Salvador, el Creador y Señor, nació en aquel día, trayendo un mensaje de gran alegría, mostrando el camino de mayor gozo, la esperanza de paz sobre la tierra, y la admonición de que debemos tener buena voluntad para con los hombres.

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