domingo, 26 de abril de 2015

¿DÓNDE ESTÁ ABEL, TU HERMANO?, ¿SOY YO ACASO EL GUARDA DE MI HERMANO? (Génesis 4:9)

Sería muy difícil para mí decir exactamente cuando fue que me di cuenta de mi propia existencia. Y luego me di cuenta que era más difícil a medida que pasaban los años el poder correlacionar fechas y hechos de mi vida. Esta podría ser una buena introducción al tema de por qué debemos tener un diario, o a por lo menos por qué deberíamos ponerles fechas y etiquetas a las fotos. Pero, vaya, estoy escribiendo sobre un tema muy diferente esta semana.

Sé que hay muchos escritores que se refieren a los 70 como ME DECADE, (N. del T.: Una época de narcisismo, auto indulgencia y falta de preocupación social entre los jóvenes), pero ya que mis hermanos me han dicho que yo siempre fui así mucho antes que eso, estoy seguro que yo ya había tenido esa clase de pensamientos previos.

Cuando llegó ME DECADE, yo ya estaba en mi cuarta década de mortalidad, y estaba muy consciente de la insania contagiosa que pareció infectarnos a todos varias veces, y que contaminó a la mayor parte de la sociedad durante esa época.

En el trabajo, la lealtad “al jefe” se reemplazó por la filosofía de “muéstrame el dinero”.

En las relaciones maritales, la “co-dependencia” se vio como una desventaja mala y perniciosa contra el “desarrollo personal”.

La caridad, considerada antiguamente como “la responsabilidad por el bienestar de otros” fue reemplazada con una siempre creciente población de “despojados”

En las familias en donde “la sangre siempre fue considerada más espesa que el agua”, ahora existía más población mundial atrapada en casas infestadas de “individuos disfuncionales”.


Parecía ser que todo lo que oíamos o veíamos nos daba montones de evidencia en cuanto a la importancia de desarrollar la filosofía del “Yo Primero”.

A medida que los Talk shows en las radios se volvían populares, oíamos constantemente el consejo dado a los fieles escuchas de que nuestra principal preocupación debería ser siempre el de poner nuestras necesidades personales, nuestros deseos y nuestra felicidad por encima de las de cualquier otra persona.

El mensaje de la mayoría de la música popular del día hablaba casi universalmente de que cada uno de nosotros debe tener lo que desea sin importar el precio que nosotros u otras personas deban pagar.

Los estantes de las librerías (¿pueden imaginar aquel día en el que no existían los E-books?), estaban llenos de libros de autores que se volvían ricos exponiendo la doctrina de “Cómo tener lo que es tuyo”.

Cuando cumplí el sexto año de mi vida mortal mi madre dio a luz a un hermano mío llamado Fred, el hijo que llevaría el nombre de mi padre. Fred solo pudo usar ese nombre por ocho días y luego volvió a la presencia de su Familia Celestial. En momentos especiales y bajo ciertas circunstancias me inundaron pensamientos nostálgicos añorando saber cómo habría sido compartir mis años formativos con un hermano menor.

Uno de esos susurros nostálgicos me llegó cuando estaba leyendo el relato de aquellos dos antiguos hermanos llamados Caín y Abel. Al leer el registro de un hermano mayor cuya vida estaba dominada y controlada por el “Yo-ismo” y el “Ego-ismo”, me preguntaba si yo hubiese sido el “Caín” de la vida del “Abel” de la mía, y me preguntaba cómo yo hubiese respondido a la pregunta del Señor si Él me la hubiera hecho a mí: “¿Dónde está tu hermano?”

Muy poco tiempo tendrían que pasar junto a mí, viendo como interactúo con mis hermanos y hermanas eternas con los que me topo hombro a hombro en mis caminatas diarias, para que pudiesen darse cuenta de forma obvia que clase de hermano mayor hubiese sido yo para Fred.

En la medida en la que me desplazo en mi rutina diaria, ¿la relación y los sentimientos que albergo en cuanto a mis hermanos y hermanas eternos nacen o mueren dependiendo de su afiliación política o de la propaganda que simbolizan, la que los etiquetan como buenos o malos en las noticias? ¿O puedo valorar las Relaciones Eternas por encima de las conveniencias sociales?

¿Mi habilidad para ser caritativo está gobernada por la dignidad del receptor? ¿O mi capacidad de cumplir con mi mayordomía ha reemplazado ese sentimiento de autosuficiencia que me obligaba a enmascarar los actos aleatorios de compasión, bondad y dádiva?

¿Soy tan posesivo de mis talentos y habilidades que siento que sólo deben ser usados para tener honra y acumular premios sobre mí? ¿O he sido consumido por una “magnífica obsesión” la que me llena de un ardiente deseo de “tomar de mi exigua pila” y aumentar las de mis hermanos y hermanas eternos, con el fin de que todos podamos vivir en un mundo que sea un poco más brillante y hermoso porque yo estoy dispuesto a compartir?


En mis relaciones familiares, ¿me esfuerzo por servir y no tanto en ser servido; en amar más que en ser amado, y en nutrir más que ser nutrido?

Solo podemos orar para que, luego de pasar hombro a hombro con los numerosos Abeles o Saras que nos rodean, al momento de irnos a la cama y dar nuestro reporte al Señor, podamos ser capaces de exclamar gozosos que ese día nos convertimos en verdad en los guardianes de nuestros hermanos y hermanas.

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