domingo, 17 de abril de 2011

LOS GRANDES MANDAMIENTOS (Cuarta Parte)

Maestro, cual es el gran mandamiento de la ley? Y Jesús le dijo: Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amaras a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas. (Mateo 22: 36-40)


Habiendo decidido caminar sobre la senda de la felicidad que el Señor había trazado en Sus enseñanzas, habiendo deseado añadir Su admonición de hacer del amor el fundamento de su vida, habiendo encontrado un grado de éxito al ganar un justo amor propio, quitando algunas de las cargas de la decepción cargadas de pecado que nublaban su entendimiento, habiendo empezado el viaje que le guiaba a una mayor comprensión de su verdadera identidad, habiendo sido tocado por el poderoso amor del Salvador, llevándolo a desear el bienestar eterno de su prójimo, el discípulo de Cristo es de pronto impactado con el entendimiento de que por el momento solo había escalado pequeñas colinas y ahora enfrentaba una montaña aparentemente insuperable.


El Señor señala los pequeños pasos que hasta ahora hemos dado en nuestro viaje con las siguientes palabras:


Porque si amáis a los que os aman, que recompensa tendréis? No hacen también lo mismo los publicanos? (Mateo 5:46)


El gran reto que todavía enfrentamos se nos da en Su impresionante proclamación:


Y he aquí, está escrito también que amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo; mas he aquí, yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; pues él hace salir su sol sobre los malos y los buenos…Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien y prestad, no esperando de ello nada; y vuestro galardón será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es benigno para con los ingratos y los malos. (3 Nefi 12:43-45, Lucas 6: 35-36)


Mientras inmediatamente empezamos a excusarnos de luchar por ser obedientes a este gigantesco mandamiento, para los seres humanos creer en la posibilidad de obedecer a tal atributo como lo es 'amar a nuestro enemigo' va más allá de nuestro entendimiento, mucho menos el ser capaz de relacionarse con los enemigos en esta manera tan exaltada, nos detenemos en nuestra racionalización cuando en las páginas del Libro de Mormón encontramos un ejemplo real de simples mortales cumpliendo el llamado a esta forma superior de amor.


Ammón, Aarón, Omner e Himni, los cuatro hijos del Rey Mosiah, que junto a Alma el hijo de Alma experimentaron el momento maravilloso de la transformación que les guio a encontrar su justo amor propio, que les llevo a amar a aquellos que les amaban, uno a uno se negó a hacer ungido rey por manos de su padre, escogiendo en vez ir entre sus enemigos los Lamanitas para predicar el Plan de Felicidad del Salvador.


Después de pasar 14 años invitando a los Lamanitas a venir a Cristo, después de sufrir amenazas de muerte, encarcelamiento, y toda clase de dificultad, Ammón nos da el siguiente reporte sobre la misión de estos cuatro hermanos.


No me jacto de mi propia fuerza ni en mi propia sabiduría, más he aquí, mi gozo es completo; sí, mi corazón rebosa de gozo, y me regocijaré en mi Dios. Sí, yo sé que nada soy; en cuanto a mi fuerza, soy débil; por tanto, no me jactare de mí mismo, sino que me gloriaré en mi Dios, porque con su fuerza puedo hacer todas las cosas; sí, he aquí que hemos obrado muchos grandes milagros en esta tierra, por los cuales alabaremos su nombre para siempre jamás. He aquí, a cuántos miles de nuestros hermanos ha librado él de los tormentos del infierno, y se sienten movidos a cantar del amor redentor; y esto por el poder de su palabra que está en nosotros; por consiguiente, ¿no tenemos mucha razón para regocijarnos? Sí, tenemos razón de alabarlo para siempre, porque es el Dios Altísimo, y ha soltado a nuestros hermanos de las cadenas del infierno. Sí, se hallaban rodeados de eternas tinieblas y destrucción; mas he aquí, él los ha traído a su luz eterna; sí, a eterna salvación; y los circunda la incomparable munificencia de su amor; sí, y hemos sido instrumentos en sus manos para realizar esta grande y maravillosa obra. (Alma 26:11-15)


Al reflexionar sobre este extraordinario relato, descubrimos que mientras nos aventuramos al subir la montan, vacilantemente ganando terreno en nuestra habilidad de amar a aquellos hermanos y hermanas a quienes se les ha convencido de ser nuestros enemigos, clarificamos tres principios. En primer lugar, mientras tratamos de ayudar a aquellos que han sido calificados como nuestros enemigos, nuestro círculo de amor crecerá y extraordinariamente convertirá a nuestros enemigos en vecinos. En segundo lugar, la fortaleza del Señor vendrá a nosotros mientras empezamos a tomar una porción de Su yugo, de acercar a otros a su potencial eterno, sobre nuestros hombros débiles. En tercer lugar, Y como la predicación de la palabra tenía gran propensión a impulsar a la gente a hacer lo que era justo —sí, había surtido un efecto más potente en la mente del pueblo que la espada o cualquier otra cosa que les había acontecido— por tanto, Alma consideró prudente que pusieran a prueba la virtud de la palabra de Dios. (Alma 31:5)


En esto hemos conocido el amor de Dios, porque él dio su vida por nosotros, y nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón de compasión de él, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto sabemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él. Porque si nuestro corazón nos condene, Dios es más grande que nuestro corazón y conoce todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios. Y cualquier cosa que pidamos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él. Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y amarnos unos a otros, como él nos lo ha mandado. (1 Juan 3:16-23)


Creo que si damos el primer paso, yendo siempre adelante, esta monstruosa montana del amar a mis enemigos puede ser también conquistada.


Escritura: Alma 16-26

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