domingo, 24 de abril de 2011

LOS GRANDES MANDAMIENTOS (Quinta Parte)

Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primer y gran mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas. (Mateo 22:36-40)


Por más de cuarenta años Amul había pasado sus dias en esta misma colina con las ovejas. Cada manana las llamaba a las colinas y cada atardecer las acostaba en el redil. El amanecer en esta manana no dio ningún aviso previo a los sucesos que pasarían este dia. Como siempre, algunos de los corderos habían jugueteado y brincado alejándose de las ovejas. Un tierno bastón los había regresado a la seguridad del rebano y suavemente les recordó las preocupaciones de su pastor quien diligentemente siempre les observaba. A pesar de que era algo inusual de que las nubes se formaran en este tiempo del ano, Amul, con un poco de cuidado guio a su rebano a los suaves pastos de la primavera.


La vida en las colinas de Belén le habían dado a Amul amplia oportunidad de aclarar los desconcertantes misterios de la vida. La inquietud que le había traído asombro y duda durante la época de su impetuosa juventud, ya no le hacía sufrir por su impaciencia al no recibir respuesta a las muchas preguntas que llenaban su mente y su corazón. Con el pasar de los anos poco a poco sus búsquedas habían cambiado al volverse más apacible. Paso sus noches en compañía de su amada Sara. Su amor había llegado a ser su consuelo y su bálsamo durante sus pruebas que en ocasiones les acosaban. Sus hijos se deleitaban en sus estudios y diariamente mostraban una creciente sensibilidad a las enseñanzas de Jehová y Moisés. Solamente Job pudo haber tenido hijas más bellas y cordiales que Ana y Elizabeth. Sus expectativas de la vida habían cambiado con el pasar de los anos, y ahora solamente deseaba que fuera reconocido como un amoroso esposo, un padre devoto, uno que sirvió a Jehová a través de su trato justo en la plaza de mercado, y como un pastor que sumisamente cuido de sus rebaños.


A medida que el dia pasaba la preocupación de Amul se convirtió en confusión mientras que con cada hora que pasaba los cielos se obscurecían y los vientos acrecentaban. En tal clima las ovejas normalmente estarían nerviosas y las colinas se llenarían de sus ansiosos balidos. Curiosamente, este dia mientras la tempestad empeoraba, los rebaños se mantuvieron calmados y pastaron con tranquilidad.


Una vez Amul había sido testigo del encuentro de las maravillas del cielo con las maravillas de la tierra, en estas mismas colinas. Cuando solo siendo un niño el estuvo agarrado a la mano de su padre, escuchando como los cielos se llenaban de los sonidos de ángeles cantando, proclamando con entonadas voces que el Salvador y Redentor, profetizado desde la antigüedad, iba a nacer esa noche. Esas maravillosas vistas, esos maravillosos sonidos, a pesar de que habían pasado cuando el aún era un niño y no todavía un adulto, habían penetrado tanto en su corazón que su mente aún estaba engalanada con el espectáculo de las ovejas levantando sus cabezas para escuchar las voces celestiales.


Esa noche Amul había escuchado atentamente a su padre relatar la escena a su madre y lo recordó describiendo el preciado momento como aquel en donde el sintió que su cuerpo se llenó de dulzura y amor.


En este dia los cielos parecían estar llenos de ira y de violencia. Pero cuando miro fijamente a las ovejas fue testigo de que, una vez más, estaban levantando sus cabezas humedecidas como si esperaran poder escuchar un mensaje enviado del cielo. Entonces sucedió, algo eterno conmovió profundamente el alma de Amul y sintió que el Salvador nacido en Belén estaba ahora derramando Su amor a la humanidad al cumplir la parte más sublime de su misión terrenal.


Con su cabeza agachada Amul meditaba las antiguas palabras que su padre le había ensenado de los rollos sagrados. La paz lleno su corazón y mientras la tormenta arreciaba, levanto su cabeza y la humedad enviada del cielo lleno sus ojos. Entonces vio todo, entendió el propósito de la eternidad, y se sintió limpio y puro. Luego, cayendo de rodillas, se inclinó en medio de sus rebaños con reverencia, oro agradecido mientras el dulce amor del Salvador llenaba su alma.


Enos, quien había vivido siglos antes de Amul, y cuya vida estaba separada no solamente por tiempo sino también por un vasto océano, describió su propia experiencia con estas palabras:


Y mi alma tuvo hambre; y me arrodille ante mi Hacedor, y clamé a él con potente oración y súplica por mi propia alma; y clamé a él todo el día; sí, y cuando anocheció, aún elevaba mi voz en alto hasta que llegó a los cielos. Y vino a mí una voz, diciendo: Enós, tus pecados te son perdonados, y serás bendecido. Y yo, Enós, sabía que Dios no podía mentir; por tanto, mi culpa fue expurgada. Y dije yo: Señor, ¿cómo se lleva esto a efecto? Y él me dijo: Por tu fe en Cristo, a quien nunca jamás has oído ni visto… por tanto ve, tu fe te ha salvado. Ahora bien, sucedió que cuando hube oído estas palabras, empecé a anhelar el bienestar de mis hermanos los Nefitas... Mi fe en el Señor empezó a ser inquebrantable; y oré a él con mucho y prolongado ahínco por mis hermanos, los Lamanitas. (Enos 4-11)


De los testimonios pasados aprendemos que el resultado natural al tener el dulce amor del Salvador que llena el corazón, la mente y el alma, los llevara a poner sus pies sobre la línea donde el amor llega a ser el motor y el fundamento de las relaciones.

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