domingo, 17 de junio de 2012

DE TAL PALO, TAL ASTILLA

El reloj de arena se ha movido muchas veces, pero la milagrosa memoria tiende rápidamente un puente entre las décadas y los días cuando él fue presentado por primera vez al público. No parece importar si el observador era un amigo, un familiar o un conocido, o que estuvieran hablando con bondad, con orgullo o con indiferencia, uno tras otro comentó que él era la estampa de su padre. Ahora, con el paso de los años, él bebe se ha convertido en niño, hombre, padre y ahora abuelo, y quien se pregunta cuanto hay del padre en el niño.

Montones de evidencia se amontonan más y más profundamente sobre los hombros de las generaciones mayores, mientras pruebas, casi diariamente, demuestran cómo las acciones y el carácter de los padres caerán sobre sus hijos. Parece que minuto a minuto se nos recuerda que no solamente influimos en nuestros hijos por las cosas que hacemos, pero igualmente por esas cosas que no hacemos.

Sobre las piedras, donde el dedo de Dios escribió los mandamientos que se convirtieron en el fundamento de la Ley, uno se destaca por haber sido dado con una promesa. Los hijos de Israel serían capaces de extender sus días sobre la tierra que el Señor les había dado con la condición de honrar al padre y a la madre. A través de la práctica y el precepto hemos llegado a entender que el honor es una de esas cualidades que se deben recibir antes de poder ser dadas. El padre sabio que realmente siembra las semillas al honrar a sus hijos, recibirá abundante honor en el día de la cosecha.

Curiosamente, mientras la búsqueda de los 'por que' de nuestra experiencia mortal se expande, nos aproximamos a entender la relación de causa y efecto entre el mandamiento de honrar unos de otros, y la promesa dada por nuestro omnisciente Padre Celestial. Nos damos cuenta de hay una relación muy clara entre la autoestima de un individuo generada por el flujo libre de honor y respeto familiar, y la calidad y longevidad resultante de su estadía en la tierra.

Si, como padre, considero cuidadosamente cómo trato mi cuerpo y los elementos que elijo para devorar, yo en gran manera determinare los subsecuentes hábitos alimenticios de mis hijos. A medida que jugamos, trabajamos y crecemos juntos, sentaremos las bases sobre las cuales las generaciones construirán sus vidas. Ladrillo a ladrillo estamos construyendo un estilo de vida donde los hijos serán dueños de sí mismos y su medio ambiente, o esclavos de las incontrolables persuasiones del mundo.

Las habilidades de nuestros hijos al utilizar el don del lenguaje, ya sea usando sus palabras para describir las bellezas de la naturaleza con frases poéticas o como una herramienta para la sociedad burlona o degradante, será en gran medida, un reflejo de la comunicación que han escuchado de sus padres.

Mientras los hijos se enfrentan a los problemas de la vida, los miraran como oportunidades u obstáculos, dependiendo si han sido testigos de como la madre y el padre crecen con cada problema que se resuelve rápidamente, o si los ven agobiados por una acumulación abrumadora de cargas, mientras las olas de la vida emergen y disminuyen durante sus años formativos.

A medida que el vidrio se vuelve menos obscuro y la visión mejora, somos capaces de ver que no sólo nuestros niños tienen una tendencia a tratar a los demás de la manera en que han sido tratados, pero sus decisiones concernientes a los principales propósitos de la vida pueden ser un resultado directo de la falta de determinación de un padre, o el rechazo de lo que es verdadero, o el caminar constante sobre los caminos de la verdad y la luz.

¿Por qué debemos desesperarnos al darnos cuenta de la rapidez con que el niño se convierte en lo que el padre ha sido?

¡Levántate!

¡Oh glorioso pensamiento!

¿Qué comprensión tan maravillosa!

¡Qué tremendo poder para lo bueno!

Todo lo que yo quiero que mi hijo sea simplemente tengo que serlo. Una vida de integridad, de sabiduría, de alegría, de consuelo, de paz y armonía, puede ser suya si los hago parte de mi diario caminar.

Padres, aquí yace nuestro legado de riqueza, amorosamente dado a quien recibió a ese niño con honor indescriptible, quien cuando los días de crianza hayan pasado, orgullamente podrá proclamar: "Yo soy como mis padres, tu sabes."

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