domingo, 28 de abril de 2013

NO SE HAGA MI VOLUNTAD, SINO LA TUYA

El abuelo Soliai era el amado líder de Black Village en uno de los pequeños asentamientos que estaban en el Pacífico, en un lugar llamado Samoa. Durante los muchos años de su vida su familia había aprendido a aceptar y seguir fielmente sus sabios consejos. Habían llegado a sentir la calmada influencia de sus palabras, ya que éstas eran expresadas con amor y preocupación por la mejora de la villa, su familia extendida.

Un día, durante la reunión del sacerdocio, hubo una discusión sobre si se debía o no alimentar a los maestros orientadores durante sus visitas. Se desató un apasionado intercambio de puntos de vista en pro y en contra:

¡La tradición demanda que siempre demos de cenar a aquellos que nos honran con sus visitas al hogar!

¡Si damos de cenar a los maestros orientadores, únicamente podrán hacer una sola visita por noche!

¡La hospitalidad de la Isla exige que se alimente a los maestros orientadores!

¡La obligación de alimentar a los maestros orientadores se convertiría en una carga para aquellas familias que están pasando por dificultades!

Finalmente, luego de que se expusieran todos los argumentos, el grupo reverentemente se volvió hacia el abuelo Soliai buscando su decisión en este tema como patriarca. Con mucha seriedad y gran autoridad sus palabras retumbaron en la pequeña sala de reuniones: “Siempre deberéis honrar a los maestros orientadores dándoles de cenar, tal como hacemos para honrar y mostrar respeto a todos los invitados que llegan a nuestros hogares”.

Muy humildemente, un joven misionero retornado levantó la mano y pronunció suavemente las siguientes palabras: “Abuelo, cuando estuve en la misión el Profeta de Dios nos enseñó que no se les debe dar de comer a los maestros orientadores”.

Con mucha seriedad y gran autoridad las palabras del abuelo Soliai retumbaron en la pequeña sala de reuniones: “El Profeta lo ha dicho: nunca deberéis alimentar a los maestros orientadores cuando os visiten”.

Es en este humilde contexto y de una manera muy sencilla que el principio a menudo enseñado se pasó a la siguiente generación; que no importa cual sea nuestro estado o mayordomía en la vida, siempre existirá una Autoridad Mayor. Nuestro amado Salvador expresó este principio de forma contundente en las palabras de su último testimonio: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Es sorprendente contemplar:

Cuantas heridas se evitarían,

Cuanto orgullo se eliminaría,

Cuanto pesar se extirparía.

Si tan solo los buenos hombres y mujeres de todo el mundo llegasen a comprender estos principios fundamentales:

Hemos venido para hacer Su voluntad, no la nuestra,

La mejor forma de usar el albedrío es ofreciéndoselo a Aquel que nos lo dio.

La humanidad puede elevarse a grandes alturas al convertirse en un conducto de Su luz más que por cualquier otro medio o poder.

Es por medio de esta sumisión voluntaria que llegamos a estar más cerca de saber que el verdadero discipulado:

Requiere que sea Su camino el que nos esforcemos por andar,

Requiere que sea Su amor el que nos esforcemos por compartir,

Requiere que sea Su luz la que nos esforcemos por sostener.

Que el Señor nos bendiga con Su abundante gracia al tratar de lograr hacer lo que Él nos ha mandado a hacer, y que nos bendiga para que con mayor frecuencia lo hagamos a Su manera.

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