domingo, 23 de noviembre de 2014

TODOS SOMOS HERMANOS Y HERMANAS 3

En la conversación que resultó del pensamiento de la semana pasada, el Presidente Benson nos recordó que “La unidad es imposible entre un pueblo orgulloso, y a menos que seamos uno, no somos del Señor”

Antes que avancemos más al discutir algunas posibles resoluciones en cuanto a lo que el Presidente Benson denominó el pecado universal de la humanidad, déjenme recordarles en cuanto a las relaciones pre-misionales que tuve con el grupo de México-americanos que asistían a la secundaria Garden Grove Unión a finales de los años 50. En el mejor de los casos podría describirse como indiferencia, pero lo más probable es que se definiría mejor como desprecio.

Me apresuraré a decir que antes de entrar al campo misional e ir al norte de México, pasé seis meses en Fort Ord, en California. Durante esa larga e ilustrativa carrera activa del deber fui colocado bajo el tutelaje de un Sargento Mayor que era descendiente de mexicanos. Mis prejuicios fueron disminuyendo gracias a este buen hombre, pero aún no había sido limpiado del orgullo que sentía por ser un mormón blanco.

De igual forma, me apresuro a decirles que actualmente en esta época de “nido vacío” por la que Kathleen y yo estamos pasando, he sido acusado por mi querida compañera eterna de tener un prejuicio positivo hacia mis hermanos y hermanas de Centro y Sur América. Que puedo decir: soy una obra todavía en progreso.

Una vez que pude si quiera tartamudear el español, y a la vez que tuve una mejor relación con las doctrinas del evangelio y con las escrituras, se hizo notorio que aprendí a amar a aquellas personas del pueblo mexicano a las que enseñaba (y recuerdo que me llevaba alrededor de 1 ½ semanas para llegar a amarlos); por lo que se hizo aparente quien era el estudiante y quien era el maestro en estas relaciones.

Una de las importantes doctrinas de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es que el Padre Celestial, Jesús el Cristo y el Espíritu Santo son tres seres separados y distintos (Juan 17: 11, 21, 22) Pero al enseñar esta doctrina también se hace esencial entender de qué manera son ellos uno. Llegar a comprender que son uno en todos sus atributos, características y perfecciones que corresponden al oficio de la Deidad.

A través de los años me he dado cuenta que este tipo de unidad es precisamente la antítesis del orgullo a la que se refería el presidente Benson, y que es la única solución a las calamidades que provienen de los prejuicios que poseen aquellas personas cegadas por el orgullo.

Creo que he tratado sobre este tema lo suficiente como para imaginar que pasa por vuestras mentes: Aquí vemos a alguien que sueña con cosas imposibles y que destila un idealismo inalcanzable. Pero quiero recordarles que:

El pueblo de Enoc llegó a ser uno: el pueblo de Sion. (Moisés 7:18)

El Rey Benjamín ministró tan poderosamente a su pueblo que logró que el Espíritu obrara sobre ellos de tal manera que ya no tuvieron disposición a hacer el mal. (Mosíah 5)

Cuarto Nefi es un pequeño registro histórico que habla sobre una gran nación de seres humanos que llegaron a ser uno y que mantuvieron esa unidad por tres generaciones.

Sospecho que cuando todos los libros salgan del polvo y sean claros a nuestra comprensión se agregarán más grupos que lograron la unidad y podremos ver que existe la posibilidad de llegar a ser uno evitando el pecado del orgullo, ya que muchos de nuestros hermanos y hermanas lograron transformarse en sociedades tipo Sion en el tiempo en el que los hijos de Dios moraban entre ellos.

La sección de 105 de Doctrina y Convenios, en los versículos 4-5, nos da un rápido bosquejo de cómo despojarnos del orgullo y cómo vestirnos con los atributos y las características necesarias para vencer nuestros prejuicios y convertirnos “todos en hermanos y hermanas”: “Ni estáis unidos conforme a la unión que requiere la ley del reino celestial; y no se puede edificar a Sion sino de acuerdo con los principios de la ley del reino celestial.”

Bien, ¿por qué no lo dijo antes? – no podría ser más fácil: todo lo que tenemos que hacer es vivir las mismas leyes que vive Dios.

No pretendo conocer siquiera un puñado de los principios de la ley del reino celestial, pero en las primeras etapas de aprendizaje en cuanto a esta ley he llegado a entender sobre algunas cuantas cosas en las que necesito trabajar de forma constante.

Y me apresuro a decirles que he llegado a entender que a la única persona que verdaderamente puedo cambiar soy yo.

Esta es una lista de algunos comportamientos con los que podría empezar y sobre los cuales siento que tengo control si realmente lo deseo:

Amar a mis hermanos y hermanas por lo que son y no por lo que creo que deberían ser.

Estar pendiente cuando otros dicen cosas sobre sus hermanos y hermanas que no sean verdad.

Cuidar de no decir nada sobre mis hermanos y hermanas que no sea verdad.

Aun cuando yo sepa de algo que sea verdadero – si eso va a dañar a alguno de mis hermanos o hermana – lo mejor sería no decir nada.

Estar más al tanto de las acciones y las intenciones y menos de la etnia, el estatus social o los rankings de poder. Nunca olvidar que es la bondad y no la palabra áspera la que disminuye el odio.

Ser pronto en juzgar y cambiar mi propio comportamiento y menos demandante para exigir que mis hermanos y hermanas sean más diligentes en cambiar el de ellos.

Tratar de que mis acciones sean controladas por el amor y no por el odio.


Algunos de los comportamientos más avanzados de los que puedo percatarme y en los cuales pueda trabajar especialmente cuando me sienta fuerte espiritualmente son:

Vivir de cada palabra que salga de la boca de Dios; estar hambriento y sediento de rectitud.

Pedir sinceramente la ayuda de mi Padre Celestial para lograr obtener en mi vida algunos de Sus atributos y características.

Esforzarme por estar más consciente del consejo divino que llega a través de los susurros del Espíritu Santo.

Reemplazar mi orgullo con humildad.

Buscar oportunidades de ser caritativo.

Vivir de tal manera que de vez en cuando alguien pueda ver la luz de Cristo que trato de mantener en alto.

Trabajar más constantemente en adquirir los atributos de misericordia, publicador de la paz, pureza de corazón, mansedumbre, virtud, templanza, paciencia y diligencia.


Estoy bastante seguro de que no llegaré a vivir lo suficiente como para ver que el cordero more con el león, pero mientras tanto puedo esforzarme un poco más para asegurarme de que no estoy colocando tropiezos ni oscureciendo el camino de nadie, pues “todos somos hermanos y hermanas”

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