domingo, 9 de noviembre de 2014

TODOS SOMOS HERMANOS Y HERMANAS 1

No sé si es por la satisfacción que parece haber llenado mi alma durante la octava década de mi vida o si es el hecho que no tengo un porche en dónde poder sentarme y meditar (o sea, un pequeño espacio techado delante de la casa, para aquellos de ustedes jóvenes que pueden estar leyendo esto y no tienen ni idea de lo que es un porche, o sea, probablemente todos los que son menores de 40 años), pero he llegado a estar cómodo pasando cuatro horas diarias leyendo lo que sucede en la vida de mis amigos en Facebook.

¿Están listos? - ¡Aquí viene el ‘pero’!

Me he dado cuenta que rara vez pasa un día:

En el que mi satisfacción no sea interrumpida abruptamente por alguna forma de contención.

En el que el consejo de los profetas no sea ignorado y la gente no evite estar disconforme sin ser desagradable.

En el que las diferentes opiniones sobre los principios políticos parezcan dar licencia para espetar ofensas sobre el carácter personal de otros, en vez de buscar una base común sobre la cual edificar.

En el que las diferencias religiosas no determinen si las palabras y la vida de una persona tienen valor o no.

En el que la diferencia de pigmentación sea considerada como algo negativo en vez de algo bello que nos da variedad.

En el que las diferencias de estilos de vida y características físicas se expresen en términos bíblicos reservados antiguamente para los leprosos, lo que hace más grande el abismo entre vecinos, en vez de seguir el consejo de los profetas de que debemos buscar continuamente la inclusión.


Perdí la referencia, pero sé que está en Enseñanzas del Profeta José Smith: “Me aflige ver que no hay una completa hermandad; si un miembro sufre, todos lo sienten; por la unidad de sentimientos, obtenemos poder con Dios.”

Cuando estuve en la secundaria en Garden Grove, California, el grupo dominante era blanco. He usado la palabra dominante, pero definitivamente existían divisiones dentro del grupo dominante. Había chicos ricos, chicos populares, chicos de clase media, chicos pobres, los bravucones y los cobardes, todos los que caían bajo el paraguas del grupo blanco dominante. Algunos miembros de nuestro pequeño grupo de chicos mormones a veces eran incluidos en uno que otro subgrupo blanco, y otras veces eran excluidos. Sin embargo, nunca sufrimos la exclusión condenatoria que los estudiantes latinos o asiáticos tuvieron que sufrir.

Hubo una época en la que uno de mis mejores amigos era un brillante joven asiático. De vez en cuando estuve con él cuando la boca de alguno de los del grupo dominante le lanzaba algún horrible epíteto. Lo irónico era que su familia era el mayor terrateniente del área de la secundaria Garden Grove Unión, y probablemente era más rica que cualquiera de aquellos que se enorgullecían de ser los chicos ricos del sub grupo de blancos dominantes.

Varias veces durante mis cuatro años de secundaria se declaraba la guerra en el estacionamiento adyacente a la escuela. En aquellos días siempre había espacio en el estacionamiento para pelear, porque eran pocos los estudiantes que tenían auto o que podían conducir el auto de sus padres hacia la escuela. Bueno, los participantes de un bando variaban entre los bravucones, los machos, etc., mientras que los del otro bando siempre eran los latinos. La disparidad entre el número de participantes de un bando hacía siempre que el pequeño grupo de latinos que pertenecían en ese tiempo a los Argonautas, al final tenían que andar en grupo cuando pasaban de clase a clase o cuando iban o venían de la escuela.

Les cuento esta triste historia de mis años en la secundaria para que puedan entender dos cosas: primero, ni una sola vez traté de ser amigo o siquiera dije algo bueno a ninguno de los del grupo latino y, segundo, medito en cuanto a la inspiración conectada con mi llamado a servir en la Misión del Norte de México cuando tenía 19.

Estoy seguro que debido a ese tiempo que pasé como joven y al tiempo en el que Kathleen y yo tuvimos el privilegio de servir en Colombia ya no tan jóvenes, que mis prejuicios han desaparecido, al grado de tener un fuerte sentimiento en cuanto a la hermandad universal de los habitantes de esta pequeña esfera.

Estoy agradecido que ahora entiendo y aprecio diariamente mucho más las palabras del trotamundos Will Roger, que dijo que ‘nunca había conocido a un hombre que no le cayera bien.’

(Continuará)

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