domingo, 16 de junio de 2013

LOS ULTIMOS RECUERDOS DE PAPA

A pesar de que hoy aquellos acontecimientos parecen triviales, durante mi juventud a menudo creía que el mundo conspiraba contra mí, aunque éste era un sentimiento siempre breve, el cual se desvanecía rápidamente cada vez que me encontraba bateando o sacaba notas más altas en algún examen de álgebra. Un error era rápidamente reemplazado por el éxito cuando iba detrás de la siguiente emocionante aventura. Parecía como si aquellos bofetones de la vida fueran muy frecuentes durante esos tumultuosos años de adolescencia, pero en retrospectiva ahora sé que fueron muy pocos y no tuvieron un efecto perdurable.

En cambio, la tristeza con la que dejé Saint George, Utah, fue muy diferente. Al unirme a los otros automóviles que iban por la autopista hacia Las Vegas, ese sobrecogedor sentimiento no se disipaba. Es más, la carga pareció aumentar cuando abordé el avión de retorno a Reno, Nevada. Tampoco el tocar tierra y encontrarme con mi esposa pudo hacer mucho para aliviar la pesadumbre que apretaba mi corazón. Pasarían varios días antes que la “lección que necesitaba aprender” hiciera el milagro de dar alivio a mi alma agonizante.

Precisamente antes de dejar Saint George fui a visitar a mi padre, quien se encontraba en una casa de reposo recobrándose de una operación reciente. Las palabras de advertencia que me dio mi madre fueron insuficientes para prepararme completamente para lo que sucedió al entrar en la habitación de papá. Fue obvio que se notaba el costo de vivir más de 85 años y haber pasado por varias operaciones recientes, pero lo que más me impactaría estaba oculto profundamente dentro de la mente quebrada de este hombre, quien había sido una parte muy importante e influyente en mi vida durante los últimos 45 años.

Al inclinarme para darle un abrazo a mi padre y saludarlo con un beso instantáneamente se hizo claro que sus brillantes ojos se habían opacado por el tiempo, que sus oídos solo percibían silencio, y que su mente estaba entenebrecida. No existía aquella conexión padre-hijo. ¿Dónde estaban todos los recuerdos de los juegos de mi niñez? ¿Dónde estaban todas las maravillosas palabras de consejo? ¿En dónde se encontraba aquel amor que intercambiamos? Todo se había ido, rodeado de un efecto anestésico, y a su vez había en mí ese asfixiante sentimiento de pesar que comenzó a llenar mi alma al darme cuenta de que mi padre no me reconocía. Todo se había borrado y yo me había convertido en un extraño para él.

Había pasado casi un mes cuando se dieron las circunstancias que me permitieron volver a Saint George para visitar de nuevo a mis padres. Todavía estaba presente y vivo en mí el trauma de mi última visita, lo que hizo que un gran temor me acompañara cuando mi madre, mi hijo Troy y yo entramos en el pequeño cubículo de esa casa de reposo en el que mi padre había dormido la mayor parte del tiempo durante el último mes. Cuando entramos la habitación estaba vacía, lo que hizo que mi corazón diera un vuelco y me inundase una clase diferente de sentimiento.

Buscamos a papá y lo encontramos sentado solo, muy tranquilo, en el área de recreación, la cual había sido convertida en una capilla para los servicios de adoración que se habían llevado a cabo aquella mañana. Fue reconfortante ver como mi padre sostuvo la mano de mamá cuando ella lo saludó. Entonces sus todavía opacos ojos se levantaron para encontrarse con los míos. Sus oídos, que habían estado sordos, se estremecieron al oír mis palabras y allí estaba – aquella maravillosa sonrisa – y las palabras salieron de sus labios: “Bill, estoy muy contento de que hayas venido”. ¡Otra vez me conocía! Aunque los recuerdos de muchos años compartidos no regresaron, la densa niebla había vuelto a sus ojos y su mundo había entrado de nuevo en el silencio, por un maravilloso último segundo el calor de aquel amor se sintió de nuevo, y padre e hijo se encontraron una vez más.

Frederick William Riley solo vivió un poco más, pero la lección que aprendí hizo que su muerte fuera más fácil de aceptar.

El tiempo puede entorpecer nuestros sentidos y bloquear nuestra habilidad para recordar, pero dentro de nuestras almas están indeleblemente registrados todas nuestras relaciones y todas nuestras experiencias e intercambios ocurridos a lo largo de nuestra vida.

La realidad nos dice que para cada uno de nosotros ha de llegar el día en el que olvidaremos aún nuestras más grandes tristezas, con la seguridad de que avanzaremos y tendremos mas emocionantes y maravillosas aventuras.

Estoy agradecido eternamente de que la mayoría de las relaciones, experiencias e intercambios entre mi padre y yo fueron gozosas y positivas. Estoy tan agradecido porque sé que cuando nos volvamos a encontrar tanto su mente como la mía habrán sido vivificadas y las partes corruptibles de nuestro ser se habrán vuelto incorruptibles. Cuan maravilloso será el día en el que, en el fulgor de esa maravillosa y perfecta luz, otra vez veré la sonrisa de papá y oiré aquellas palabras de sus labios: “Bill, estoy muy contento de que hayas venido”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario