domingo, 30 de junio de 2013

RELIGION QUE NO HA SIDO PUESTA A PRUEBA

En setiembre de 1961, cuando yo tenía 22 años, me embarqué en un viaje que ocuparía una gran parte de mi tiempo durante los siguientes 50 años: me contrataron como maestro matutino en el programa de Seminarios de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y me pagaban $700 dólares anuales. En realidad eso no era un sueldo, sino un estipendio para costear los gastos de los materiales que se usarían durante el año.

Fui asignado a enseñar a los alumnos del Barrio Westminster del condado de Orange en California, y teníamos las clases detrás de una lavandería automática. Este espacio se convirtió en un buen lugar cundo lo amoblaron con un pupitre para el maestro, algunas mesas, sillas y un piano. Teníamos también una pizarra portátil, y me dieron tizas (gis) con una mota (borrador). Me enseñaron como hacer folletos con una hoja de gelatina y el reverso del papel carbón. Fue un año fantástico y supe que había descubierto mi carrera. ¿Quién hubiera creído que firmaría mi último contrato en el 2005 y que luego enseñaría como voluntario hasta que cumplí 73 años de vida?

Durante ese primer año me visitó varias veces el hermano Doug Orgill, quien era el supervisor de las clases de Seminario matutino del condado de Orange. Él siempre tuvo sugerencias importantes y usualmente nos reuníamos un rato después que los alumnos partían para la escuela. Fue durante una de esas visitas que me contó la siguiente historia para ayudarme a comprender que muchas veces los jóvenes luchaban con problemas de los cuales no siempre nos dábamos cuenta:

Una madre soltera que hacía su mayor esfuerzo por proteger a su hija, la cual ya se encontraba en los primeros años de adolescencia, le dijo a ésta que tenía prohibido traer amigos, especialmente varones, a su casa desde la escuela mientras ella todavía se encontrase en el trabajo. Un día esta niña, cediendo a las presiones de los flirteos amorosos juveniles y de su necesidad de sentirse querida, invitó a dos jóvenes hermanos a comer unos bocadillos, sintiéndose segura creyendo que ellos se habrían ido mucho antes de que su madre llegase a casa del trabajo.

Como siempre parece ocurrir cuando tomamos decisiones como esa, ese día precisamente su madre había vuelto temprano a casa con el fin de recoger algo que necesitaba en el trabajo. Al encontrar a los tres jóvenes comiendo y oyendo música, y sintiendo que su hija había quebrantado una regla absoluta del hogar, la frustrada madre perdió el temperamento. Echó a los jóvenes de su casa y les prohibió tener ningún tipo de relación con su hija. Luego castigó a su hija con el encierro hasta que cumpliese 26 años y la mandó a su cuarto.

Esa noche la hija salió de la casa, encontró a sus dos amigos y los tres, de 13, 14 y 15 años de edad decidieron escapar. Empezaron a caminar fuera del pueblo en la oscuridad de la noche, pero poco después se sintieron cansados y decidieron hurtar un auto. Pronto encontraron un auto con las puertas sin llave y, puesto que en esos días los autos podían encenderse rápidamente poniendo una moneda en los cables que estaban detrás del encendido del auto, consiguieron hacer que el motor se pudiera a andar. Ya que el muchacho de 15 años era el mayor, éste se puso al volante y en un instante su escape estaba llegando al clímax.

En algún lugar cerca de Riverside, California, se quedaron sin gasolina. El empleado de la estación de servicio estaba muy contento de recibir como pago por unos cuantos galones de combustible el reloj del hermano mayor. Puesto que el galón de gasolina sólo costaba 19 centavos, el empleado/ladrón les sacó la mayor ventaja posible a los fugitivos y engañándolos hizo suyo un reloj muy fino.

Cuando llegaron a Yermo y se encontraban muy internados en el desierto, ocurrió lo esperado: como resultado de la tortura propinada al auto debido a los esfuerzos de un conductor sin experiencia se forzó la transmisión, el automóvil comenzó a sobrecalentarse y comenzó a salir vapor debajo del capot, así que abandonaron el auto, caminando por los rieles del tren que se encontraban cerca de la autopista, dirigiéndose hacia el desierto.

Al promediar las 11 de la mañana el sol brillaba con toda su fuerza, abatiendo al pequeño grupo que no había llevado agua. Entonces, el hermano menor de 13 años se desmayó por la insolación, por lo que sus compañeros lo arrastraron hasta la sombra de una piedra y decidieron que por su propia seguridad deberían volver por el camino tomado y buscar ayuda.

A medida que recorrían de regreso los rieles vieron un auto de policía estacionado detrás del auto que habían hurtado. Cuando el oficial los saludo los dos niños mayores soltaron al hermano menor, al que venían arrastrando por el camino, y empezaron a correr. No pudieron ir muy lejos, ya que el oficial los atrapó y los devolvió a la seguridad del lugar en el que la decisión de tomar este largo camino había comenzado.

El hermano Orgill me contó esta historia como una anécdota relacionada a una escritura que yo había usado en clase ese día, la cual José Smith había recibido cuando los primeros miembros de la Iglesia restaurada tenían dificultades para vivir los principios y las doctrinas del evangelio. El Señor le dijo a él, así como le había dicho antes a Moisés, que la persecución que estaban sufriendo era responsabilidad de ellos porque [andaban] en tinieblas al mediodía. (Doctrina y Convenios 95:6)

El viaje de esta vida me ha enseñado a saber que el fulgor del sol de medio día brilla muy claramente a través de los lentes de la luz, la vida y las enseñanzas de Jesús el Cristo.

Para aquellos que han llegado a la conclusión de que muchos de los problemas del mundo, las guerras y las persecuciones, han sido engendrados en las entrañas de la religión, me apresuro a citar una de mis frases favoritas de Mark Twain: “No es que haya fallado el cristianismo, simplemente no se le ha puesto a prueba”.

Sospecho en gran manera, refiriéndose de aquellos cuyos viajes han ido por caminos diferentes al mío, que Mark Twain también concluiría que el islamismo, el sintoísmo, el budismo, etc., tampoco han fallado, sino que simplemente no han sido probados.

Hablando en general, tomamos decisiones erradas no porque nos falte instrucción correcta y verdadera o porque no haya guías que no sean ciegos: tropezamos y encontramos dificultades porque no nos esforzamos en buscar los caminos verdaderos o porque deliberadamente escogemos cruzar en medio de desiertos inexplorados.

En la parábola de la Perla el Salvador nos cuenta de un hombre que, habiendo encontrado la Perla de Gran Precio, vende todo lo que tiene y a compra.

Se nos ha contado únicamente de un solo buscador de la Perla de Gran Precio, pero en el camino de la vida parece que interpretamos el papel de muchos buscadores diferentes.

Hay oportunidades en las que somos los buscadores autosuficientes: los que, habiéndonos desviado unos cuantos grados del lugar en donde podemos encontrar la Perla, le damos la espalda a la ayuda que se nos ofrece, y pronto nos hallamos con que estamos perdidos, sin nunca percibir siquiera un atisbo de la Perla.

Otras veces somos como los buscadores de medio camino: los que, habiendo recibido un mapa bastante claro, elegimos a veces seguir por alguna senda llamativa, sin embargo, ésta nos hace deambular por territorio que no está señalizado, y quedamos sin fuerzas para continuar buscando la Perla.

Tristemente algunos de nosotros terminamos pareciéndonos a los buscadores de señales: los que, cumpliendo fielmente todo lo que se nos ha mostrado que debemos hacer, cuando nos enfrentamos a la realidad de hacer el más grande sacrificio, le damos la espalda a la Perla y nos echamos para atrás.

¡O, qué podamos convertirnos en buscadores sabios!: los que, luego de buscar diligentemente a un guía que conoce bien el camino, se esfuerzan con todas sus fuerzas de mantener sus pies firmemente en el camino bien trazado y señalizado, y cuando hallan la Perla dan hasta su última moneda para hacerla suya.

En el capítulo 58 de Isaías él explica por qué los hijos de Israel tenían problemas y sufrían. Isaías reconoce los esfuerzos diarios para cumplir con las funciones exteriores de la religión, pero les llama la atención para que se percaten de los actos de la vida que los santificaría interiormente y que habían descuidado.

¡El apóstol Pablo fue tajante al afirmar que no todos alcanzan el objetivo! La Verdad Eterna todavía no ha sido puesta a prueba. Tropezamos al seguir a guías ciegos y que no conocen el camino, los cuales nos guían a desiertos lúgubres.

Mi oración por cada uno es que todos podamos oír un poco más atentamente y seamos más diligentes en nuestros esfuerzos hasta lograr hallar la Perla de gran Precio y podamos comprarla con todo lo que poseemos.

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