domingo, 29 de junio de 2014

ENCRUCIJADAS

A MENUDO me he enorgullecido secretamente, y a veces no tan secretamente, de mi habilidad para manejar en las autopistas, una característica adquirida más por prueba y error que por un talento o capacidad innata. Mi no tan secreta proclama usualmente no va más allá a una referencia casual de estar en la misma liga que Daniel Boone con respecto a mi habilidad para encontrar el camino…

Mi entrenamiento inicial se llevó a cabo en las calles de Garden Grove, California, en la década de 1950, cuando la mencionada área era más conocida por su producción de naranjas y fresas que por su población multicultural.

Además de convertir el área de siembra en área metropolitana, la única autopista que existía en esos días cerca a Garden Grove era la Interestatal 5, que tenía dos carriles en cada dirección y cruzaba más granjas y bosques que suburbios, complejos de oficina, malls y zonas industriales.

Así que, a diferencia de los adolescentes de hoy que hacen sus pinitos en un sistema de autopistas que recibe diariamente atención cada hora por radio y televisión, con autos que están equipados con un GPS que interactúa a través de una voz femenina que nos dirige en cada vuelta que tenemos que dar para llegar a cualquier destino, cuando yo entré en los rigores del manejo en autopista uno tenía que saber exactamente a dónde tenía que ir y conocer los nombres de las calles por las que se transitaba.

Los destinos que tomaban horas en alcanzarse hoy pueden ser logrados en una fracción de ese tiempo, a menos que haya un accidente o por ventura uno acceda a la autopista en hora punta. Por supuesto que entonces los principios del tiempo se trastocan.

Otra vez mi mente ha divagado y me distraje por otra historia sobre “como antiguamente todo era más difícil y ahora la tienen fácil”. Trataré de volver al motivo que me hizo hacer mención en cuanto a mi habilidad de conducir por las autopistas que hoy se expanden en todas direcciones en el sur de California.

… Hace poco estuve más que sorprendido al darme cuenta que había tomado una decisión en una intersección que ocasionó que necesitase tomar un largo desvío para volver a la ruta que deseaba.

Mientras realizaba esta corrección de media hora, mi mente, como siempre, comenzó a pensar en muchas cosas, concentrándose principalmente en su capacidad de conmutar, y en parte meditando en el proceso de tomar decisiones al que todos nos enfrentamos continuamente.

El pensamiento que pasó por la actividad sub-semiconsciente de mi cerebro, puesto que obviamente estaba usando toda mi capacidad consciente para estar alerta a lo que acontecía con el tráfico, era que la mayoría de las decisiones de la vida son más una encrucijada que una intersección. Cuando llegamos a una encrucijada tenemos que tomar una decisión, afortunadamente basados en toda la información disponible, puesto que si queremos continuar hacia adelante es necesario tomar dicha decisión. Así ocurre con muchas situaciones en la vida. Muy a menudo nos encontramos en una coyuntura en la que no solo es imperativo tomar una decisión, sino que es imposible no hacerlo. Afortunadamente habremos previamente pagado el precio de manera que podemos tomar estas decisiones impostergables de manera apropiada cuando se nos presenten.

El segundo pensamiento que recuerdo que se escurrió por mi mente fue que así como perdí media hora sin poder avanzar debido a una decisión no intencional, muchas de las decisiones que enfrentamos a diario están completamente conectadas a un movimiento intencional o no intencional que hicimos en una encrucijada. Lo más probable es que durante la mayor parte de nuestras vidas las elecciones presentes y futuras se basen en el cúmulo de elecciones ya tomadas.

Cuando estaba a punto de terminar mi tiempo correctivo autoimpuesto y estaba ya listo para dirigirme de nuevo en la dirección adecuada, un pensamiento cruzó rápidamente por mi mente: el apartarse abruptamente de nuestros patrones ya elegidos nos hace pasar por tiempos difíciles y punitivos, y se necesitan cambios actuales y futuros en esos patrones para evitar futuros castigos.

Una vez que me encontraba en la dirección correcta, mis pensamientos volvieron a la conclusión obvia de que el tomar una primera decisión de manera correcta es más eficiente que realizar todo un proceso correctivo debido a un error en la decisión, e inclusive mejor que perder el tiempo en un estado de indecisión que nos trabe.

De manera que decidí que en el futuro – decisión que he cumplido varias veces desde ese día – lo mejor sería que antes de hacer una elección examinaría muy cuidadosamente las alternativas y sus consecuencias, lo que aumentaría las posibilidades de resultados positivos hoy, y establecería un fundamento firme para enfrentar las futuras encrucijadas que invariablemente enfrentaría.

Descubrí que lo más lógico era que cuanto más pudiera yo visualizar las consecuencias de mis actuales decisiones, las probabilidades de elegir correctamente aumentarían de la misma forma.

Tal vez, al mirar mañana, la próxima semana o el siguiente mes, me daré cuenta que tengo menos propensión a tomar decisiones que parezcan deseables y placenteras hoy, pues estas son como arena movediza sobre la cual tendré que tomar decisiones futuras para corregir un error y así volver al camino de la felicidad.

Sospecho que hay un tremendo valor en obtener por lo menos una comprensión de las eternidades, la que nos puede ayudar en tomar nuestras decisiones hasta el infinito y, por lo tanto, hacer que aumenten nuestras oportunidades de tomar decisiones correctas.

Yo soy un convencido, pero con frecuencia necesito revisar la renovación de mi convicción. El tomar decisiones más sabias y más informadas me ayudará a evitar frustraciones actuales y futuras, la pérdida de tiempo, los sentimientos depresivos, el remordimiento y una multitudinaria seria de emociones miserables, y me ayudará a obtener un mayor sentido de autoestima, contribuyendo a que yo tenga una vida más eficiente y a que llene más abundantemente con gozo mis días.

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